martes, mayo 27

LA CIMA TRAIDORA

Antes de conocer a Iñaki Ochoa de Olza creía que los himalayistas eran tipos sofisticados, por supuesto patrocinados, pagados de sí mismos. Muchos obedecen a éste perfil, es cierto, aunque Iñaki se encargó bien pronto de romper estos estereotipos. En el monte, viajaba con camisetas descoloridas, guantes sospechosamente ajados y mallas agujereadas. Un profesional sin contrato, ingresos ni logotipos que lucir. Un tipo ajeno al qué dirán. Vivía en el límite de lo que la austeridad da de sí, pero pronto supe que las ropas que le vestían eran, en realidad, trofeos: un gorro regalado por un famoso alpinista norteamericano, las mallas de un escalador mexicano, las gafas de un ruso?
"Toda la vida suplicando un patrocinio, y ahora que lo tengo me mandan tanta ropa que no me da tiempo ni a abrir las cajas", se reía recientemente. Pero un año antes, tuvo que renunciar a las carreras de esquí de montaña porque no podía asumir el coste de las inscripciones. Después de 20 años escalando 'ochomiles', alguien se dio cuenta de que el hombre merecía una ayuda y, de pronto, se vio con dos patrocinadores dispuestos a invertir en él, amén de un fabricante de material que le inundaba la casa con chaquetas de pluma. "Y, encima, me sobrán unos dos mil euros al año para mis cosas", se partía de risa.
Mientras, trabajó como guía en el Himalaya, mandando en dos ocasiones a paseo y sin despeinarse a sus impresentables jefes. "Mejor libre y pobre, que con dinero y amargado", solía decir. Difícil conocer a una persona más despreocupada ante las grandes incógnitas de lo cotidiano: ¿me compraré un todoterreno? ¿Llegaré a fin de mes? ¿Me renovarán el contrato? ¿Tendré plaza de garaje? La vida a salto de mata fue una constante en la existencia de Iñaki Ochoa, al que sólo una vez vi angustiado: operado de una rodilla, temía no restablecerse a tiempo para acudir a su cita con el Himalaya.
En las bodas de sus amigos, reunía una camisa de un hermano, los zapatos del otro, y sus vaqueros preferidos y acudía "disfrazado" a la ceremonia conduciendo el Nissan Micra más exprimido de la historia. Para las ocasiones especiales, llegó a comprarse una camisa?pero de un fabricante de ropa de montaña, por si las moscas. A fuerza de verle en la montaña, costaba ubicarle en otras coordenadas, pero siempre se despedía de sus amigos navarros cenando un bocadillo en el bar Zokoa.
Nunca le tuvo aprecio al Annapurna, la montaña en la que falleció su amigo Anatoli Boukreev. "Es una cima traidora", dijo al poco de renunciar en su cara norte el pasado año. Una placa será colocada en su recuerdo. Hará compañía a la que sirvió para despedir a Boukreev.

OSCAR GOGORZA/ EL PAIS 23/05/2008